En los Pedroches la mayor concentración de tumbas talladas en la
roca viva, y que pasan a formar parte del paisaje antrópico, está en la
parte más septentrional, destacando el término de Torrecampo, donde se
concentran 41 de las 93 que hasta el momento llevamos contabilizadas el
amigo Román Domínguez y yo (concretamente, en las históricas Siete
Villas de los Pedroches y la dos que surgieron después de ellas,
Conquista y Cardeña).
El grupo del que se va a tratar se encuentra en Carboneras Altas, once kilómetros y medio al este de Torrecampo y cinco al noreste del castillo de Almogábar. Unos tres kilómetros al norte se encuentra el río Guadalmez, la frontera entre las provincias de Córdoba y Ciudad Real. Estas sepulturas talladas en la roca viva no están incluidas en los dos artículos que sobre las mismas escribió D. Esteban Márquez Triguero en 1985 y 1993, aficionado a la Historia y fundador del actual Museo PRASA de Torrecampo.
El conjunto esta formado por cinco sepulturas. Tres se encuentran labradas sobre un lastrón granítico y a pocos metros unas de otras (Nº I, II, III), próximas al corijo de Carboneras Altas. La cuarta se sitúa en una meseta al SE de las primeras, mientras que la quinta está al sur y próxima a un arroyo. Forman un triángulo isósceles de 400 m de lado y 350 m de base
Como se puede apreciar en el mapa geológico,
el conjunto se encuentra casi en el límite del batolito granítico de los Pedroches (de color rosa en el mapa) con los materiales sedimentarios del Carbonífero que lo orlan por el norte (de color gris). Es decir, se encuentra en un ecotono, en el lugar de encuentro de dos ecosistemas diferentes (en el decir popular, la "saliega" granítica y la "Pizarra"), lo que permite el aprovechamiento de ambos.
También debe destacarse la existencia algo más de un kilómetro al norte de tierras del Terciario ("raña", de color amarillo), al norte del arroyo Navaluenga, con una alta capacidad cerealística.
Esta zona de contacto es también rica en minas, como también se refleja en este mapa. Además, apenas dos centenares de metros al oeste del grupo de tres discurre el camino de los Molinos de la Rivera, es decir, el antinguo camino del Armillat, la principal vía de comunicación entre Córdoba y Toledo durante el periodo califal.
Unos trescientos metros al norte del cortijo, y doscientos metros al este del camino del Armillat, sobre una pequeña meseta se aprecian restos de hábitat, en concreto fragmentos de cerámicas y tégulas caracterizados por sus gruesos desgrasantes, y restos de cimentaciones.
Descripción.
Cercano al ecotono (o "raya de la Pizarra") abundan poderosos roquedos graníticos, por lo que sobra "materia prima" para tallar las sepulturas.
Las nº I, II y III se encuentran en un roquedo próximo a un pequeño arroyo, afluente del Navaluenga que, a su vez, es tributario del río Guadalmez por su margen izquierda. Las dos primeras se asemejan a un sarcófago, sobre todo la nº II, mientras que la tercera apenas resalta de la lastra en la que se talló.
La nº I está muy deteriorada, habiendo perdido buena parte de su cabecera.
Mejor conservada está la nº II, que muestra una planta antropoforma, es decir, con las zonas del cuerpo y cabeza bien diferenciadas. Para marcar la cabecera y pies emplea el mismo método que en las de la necrópolis de la Haza de las Ánimas, dejando sin tallar cubos en las cuatro esquinas.
La nº III está prácticamente soterrada, por lo que es difícil de establecer su forma en tanto no se limpiase de tierra, aunque no parecen percibirse los cubos sin tallar en las esquinas que definen las tumbas antropomorfas de la comarca. (Como ya nos ha ocurrido en otras ocasiones, las sombras de las vecinas inmeditas no favorece la claridad de las fotografías.)
A unos cuatrocientos metros al SE se encuentra la nº IV, y si bien las tres anteriores están en el pequeño valle del arroyo, ésta se halla sobre una meseta elevada con una gran visibilidad al norte y al oeste.
Su fisonomía es bastante peculiar, pues en las esquinas no se dejan unos cubos sin tallar para resaltar la figura humana, como los que se ven en la nº II, sino que la forma de labrar configura como unos espacios en forma de media luna en los extremos del eje longitudinal. En absoluto su planta se puede relacionar con la forma humana, sino que parece definir un pequeño espacio diferenciado dentro de la misma sepultura. No conocemos ninguna otra (al menos por ahora) en el NE de Córdoba con estas características. El lugar elegido tiene, como decimos, una vista dominante, pero el roquedo elegido para tallar la roca es de pequeña altura, sin la impresión de sarcófago incrustado en el terreno que tiene la nº II.
También es muy peculiar la nº V. Se encuentra aguas arriba del mismo arroyo junto al que se encuentran las tres primeras. Está también casi enterrada, pero se vislumbra una planta trapezoidal o rectangular, es decir, que no se presenta forma antropomorfa. Lo que destaca es que está a los pies de un gran roquedo de metro y medio de altura, una gran masa de granito que podría albergar docenas de sepulturas que podrían destacar, como en la Haza de las Ánimas.
Sin embargo, decidieron hacerla en el suelo, donde pasa casi desapercibida. En las circunstancias actuales es difícil de ver incluso en el propio terreno, por lo que marco su situación en las fotografías. La impresión que da es que está relacionada de algún modo con el gran peñón en que se encuentra. Una relación de respeto y de subordinación. Es solo una impresión personal, pues considero que no se deja al azar algo tan importante como el lugar donde una persona va a pasar el resto de la eternidad, y más cuando exige un considerable desembolso de recursos.
¿Por qué, para qué, para quién, cuándo...?
La copiosa bibliografía que han generado las tumbas excavadas en la roca se ha centrado, casi exclusivamente, en ellas mismas, sin prestar atención al contexto histórico en que se desarrollaron. El estudio se basaba solo en el aspecto tipocronológico, es decir, la época en que se elaboraron a partir de sus formas, pero entiendo que el oficio de historiador no puede limitarse a labores meramente descriptivas, sino que es necesaria una interpretación sobre su existencia que pueda integrarse en los procesos históricos. Afortunadamente, hay excepciones, autores que han superado estos esquemas meramente formalistas y cuyos análisis permiten avanzar en el conocimiento de este tipo de manifestaciones arqueológicas tan abundantes en el territorio peninsular. Entre estos autores debo destacar a Jorge López Quiroga e Iñaki Martín Viso.
Cuando comenzamos a estudiar este tipo de sepulturas en el norte de Córdoba teníamos claro que había que integrarlas dentro del paisaje social y del contexto de la época en que se hicieron, de ahí la importancia de la cronología, cuestión en la que Jorge López Quiroga ha indagado en profundidad.
Por su parte, el profesor Iñaki Martín Viso (2012, 168-ss) plantea un modelo de estudio basado en "entender las tumbas como parte de un sistema territorial más complejo y dentro de un código cultural, repleto de referencias para los habitantes". El territorio en que vivían las comunidades rurales altomedievales "estaba lleno de referencias a antiguos propietarios o pequeñas historias locales, denominado a partir de microtopónimos que se refieren a esa memoria, que lo dotaban de un contenido simbólico, cultural... Una hipótesis factible es que las tumbas excavadas en roca se encontrasen en el centro de esa memoria social campesina basada en la construcción de un paisaje, es decir, de un espacio percibido y cargado de significado cultural por parte de los autores sociales. Por lo tanto, los espacios funerarios funcionaban como instrumentos que generaban y administraban la memoria de los antepasados, una memoria que servía para crear una identidad familiar o comunitaria--- [Los espacios funerarios] se sitúan en un territorio, en un emplazamiento deliberadamente elegido, y se asocian a las familias que entierran a sus difuntos y que les recuerdan". En este tipo de análisis es necesario el "estudio de las relaciones de los sitios con tumbas excavadas en roca con otras realidades del territorio, con el objetivo de comprender mejor cómo se articulan los espacios funerarios dentro de la estructuración de un paisaje", como son los asentamientos, núcleos de poder, centros de culto, vías de comunicación, potencialidad de explotación económica...
También se puede realizar el estudio desde términos de poder. Para algunos autores este análisis ha de realizarse en función de la riqueza de los ajuares funerarios, pero, además de ignorar si hubo siquiera ajuares en su interior, creo que es este caso el propio continente denota poder, pues su confección en la dura roca granítica sin herramientas de acero suponía una gran inversión de recursos, al necesitarse al menos de tres a seis meses para labrar una de ellas. Un tiempo y unos medios muy superiores al tipo de tumbas más frecuentes en la comarca de ese periodo, fosas excavadas en el terreno revestidas lateralmente por lajas y cubiertas por lastras de granito. Por ejemplo, en sus excavaciones de 1921-1935 Ángel Riesgo contabilizó 23 tumbas excavadas en la roca (todas abiertas cuando él las vio), mientras que excavó tres centenares de sepulturas de fosa tipo cista.
El primer aspecto a tratar es el cuándo. En numerosos artículos se da por supuesto su carácter medieval, presumiendo (como antes el valor en el servicio militar) una cronología de los siglos IX-XI. Se llega a denominarlas como "mozárabes", al dar por supuesto que fueron creadas por cristianos durante el tiempo de al-Andalus, mas en el yacimiento de Marroquíes Bajos (Jaén) se descubrieron tumbas excavadas en la roca con los inhumados según el rito islámico durante el tiempo del Emirato.
Entre finales de la década de los sesenta e inicios de los setenta del pasado siglo, el profesor Alberto del Castillo Yurrita realizó diversos trabajos de investigación en sepulturas excavadas en roca en Aragón, Castilla-León y Cataluña. Denominó "olerdolanas" a las sepulturas antropomorfas. Su trabajo se basó en las distintas formas que tenían las sepulturas, que, según Alberto del Castillo, surgieron en momentos distintos: las antropomorfas (u "olerdolanas") en los siglos IX-X, pero las que tenían otro tipo de planta (rectangulares, ovales...) serían de siglos anteriores. En concreto, escribió (del Castillo, 1970, 838): "Esta forma de tumbas ["olerdolanas" o antropomorfas] parece privativa hispánica y hay que situarla en relación con la Reconquista y la Repoblación. Conocemos tumbas excavadas en la roca de época tardorromana y visigótica. Pero son de forma rectangular o bañera, no antropomorfas". Ponía como ejemplo la tumba en forma de bañera junto a la iglesia de Sans Vicens de Obiols, en cuyo interior había una moneda de oro de Egica (697-702), que relacionaba con el ritual pagano del pago al barquero Caronte. Pero no son pocos, como decía, los que han tomado la parte por el todo, y adjudicando una cronología de los siglos IX en adelante a todas las sepulturas.
Las propuestas de orden tipocronológico se han ido abandonando, como opina Iñaki Martín Viso, ante "ante la convivencia de formas diferentes en el mismo yacimiento, la ausencia de datos estratigráficos que soporten dicha afirmación y la preponderancia de las tumbas antropomórficas". Por el contrario, Jorge López Quiroga cree que es válido el postulado básico de Alberto del Castillo: tras analizar minuciosamente la cronología de numerosos yacimientos con este tipo de sepulturas, rechaza la relación que estableció del Castillo con la Repoblación de la reconquista; considera que las de planta no antropomorfa aparecen en el siglo VII, mientras que las antropomorfas lo hacen a partir del VIII, estando ligada su forma al cristianismo y la creencia en la resurrección íntegra del cuerpo.
Podemos quedarnos con una idea básica: las sepulturas excavadas en la roca aparecen en la Península Ibérica en tiempos de la Hispania visigoda, al menos en el siglo VII, como ya adelantó en 1998 González Cordero en su estudio de las tumbas excavadas en roca de la provincia de Cáceres.
En cuando al por qué y para qué, empeñados los humanos en buscar un buen acomodo para la otra vida, o esperar la resurrección, desde tiempos del Antiguo Egipto los sarcófagos se convirtieron en unos prácticos vehículos para tal fin. Fenicios, etruscos o romanos también los emplearon.
En los tiempos del Bajo Imperio las élites emplearon unos magníficos sarcófagos. En Hispania no solo se importaban desde Italia, sino que se desarrollaron en la península talleres para satisfacer esta demanda de gentes que querían mostrar su estatus mediante ellos.
Pero a partir del siglo V se producen enormes transformaciones, dando fin a las estructuras de poder centralizado que, al menos en teoría, habían marcado el periodo imperial: las invasiones de los pueblos bárbaros (digo bárbaros y no germanos porque uno de estos pueblos, el alano, no tenía orígenes germánicos) y el fin del Imperio Romano de Occidente en el año 476. Tras su derrota ante los francos en la batalla de Vouillé (año 507) los visigodos entraron masivamente en la península, aunque tardaron tiempo en consolidar su dominio, hasta que el rey Recaredo entabla una alianza con el mayor poder local, la Iglesia, en el III Concilio de Toledo (589).
En los amplios territorios que quedaron fuera del control directo de los suevos o visigodos, o en los lugares donde no se restableció el poder romano tras las invasiones de comienzos del siglo V, las élites locales asumieron el poder, con el objetivo de organizar los recursos, mantener el principio de autoridad, dando visibilidad al mismo, y sometiendo a la población al mismo. Un buen ejemplo lo constituye la ciudad de Córdoba.
Tras el breve periodo de presencia de los vándalos en la Bética, Córdoba se mantuvo prácticamente independiente desde mediados del siglo V. Se enfrentaron al rey visigodo Agila (año 550), al que derrotaron, matando a su hijo y apoderándose de parte de su tesoro. También resistieron los embates de su sucesor, Atanagildo (556-557). Fue finalmente el rey Leovigildo quien se apoderó de la ciudad a sangre y fuego en el 572, acabando con la autonomía de los cordobeses.
Parece ser que las primeras sepulturas talladas en la roca aparecieron en ciudades del norte de Argelia entre los siglos V-III a.C., posiblemente por influencia de los sarcófagos antropomorfos fenicios, muy de moda entonces. La costumbre se mantuvo en el lugar durante el periodo romano hasta que en los siglos VI-VII d.C. saltan a la Toscana italiana, algunos lugares de Francia y la Península Ibérica.
Creo que su aparición en Hispania se explica por la conjunción de varios factores. Por un lado la desaparición de los fastuosos sarcófagos tardorromanos, pero manteniendo las élites la necesidad de mostrar una forma de enterrarse de un rango superior al del común de las gentes, pues, como considera el profesor Iñaki Martín Viso, "los rituales de enterramiento deben vincularse con procesos de formación y desarrollo de una memoria social relacionada con la construcción de identidades de diverso cuño". En este tipo, que se observa en el grupo de Carboneras Altas, de un número reducido de sepulturas aisladas, "puede hablarse con bastante certeza de la presencia de innumaciones aisladas y diferencias, que deben probablemente asociarse con enterramientos de carácter familiar que se perpetúan en el tiempo, dada la conocida tendencia a la reutilización de estas tumbas... Son lugares que configuran una memoria asociada a las familias, con criterios de elección condicionados por sus propias necesidades" (Martín Viso, 2012, 168 y 171).
Cuando las tumbas labradas en la roca se extienden por la península, a mediados del siglo VII, el poder ya no se manifestaba porque los mayores propietarios participaran de las tareas estatales, sino que el poder era la posesión de la tierra. (Por esta razón los grandes propietarios prefirieron pactar uno a uno, defendiendo sus intereses personales, con los invasores islámicos, antes que presentan un frente común contra ellos.) Son tiempos de competencias y conflictos entre los diferentes poderes, y las necrópolis se constituyen en escenarios simbólicos de esta rivalidad social, con una activa función competitiva en el mundo de los vivos. Algo que se representaría en una persona o familia con la capacidad suficiente para mantener a varios artesanos durante meses para tallar una costosa tumba en el duro granito.
Se ha propuesto que este tipo de sepulturas en roca, aisladas, dominarían visualmente los lugares más productivos, reafirmando el control de las mejores áreas de producción. En el caso de Carboneras Altas se podría considerar para la nº IV, pero en absoluto la nº V, estando en el valle de un pequeño arroyo y eclipsada por la gran masa del peñón junto al que se sitúa; en realidad, los espacios productivos en ese lugar no son demasiado dispares.
En el caso de la nº V me planteo si el lugar elegido pudiera estar relacionado con cultos paganos, pues el canon II del XVI Concilio de Toledo (año 693), al tratar de los "adoradores de ídolos" (idolorum cultoribus) citaba expresamente a los "veneradores de las piedras" (veneratores lapidum). A finales del siglo VII el cristianismo aún no había conseguido implantarse por completo en todo el territorio del Reino de Toledo, debido en gran parte, como se afirmaba en el tomus de dicho Concilio, por el escaso interés y cualificación del clero. Es solo una conjetura.
El grupo del que se va a tratar se encuentra en Carboneras Altas, once kilómetros y medio al este de Torrecampo y cinco al noreste del castillo de Almogábar. Unos tres kilómetros al norte se encuentra el río Guadalmez, la frontera entre las provincias de Córdoba y Ciudad Real. Estas sepulturas talladas en la roca viva no están incluidas en los dos artículos que sobre las mismas escribió D. Esteban Márquez Triguero en 1985 y 1993, aficionado a la Historia y fundador del actual Museo PRASA de Torrecampo.
El conjunto esta formado por cinco sepulturas. Tres se encuentran labradas sobre un lastrón granítico y a pocos metros unas de otras (Nº I, II, III), próximas al corijo de Carboneras Altas. La cuarta se sitúa en una meseta al SE de las primeras, mientras que la quinta está al sur y próxima a un arroyo. Forman un triángulo isósceles de 400 m de lado y 350 m de base
Como se puede apreciar en el mapa geológico,
el conjunto se encuentra casi en el límite del batolito granítico de los Pedroches (de color rosa en el mapa) con los materiales sedimentarios del Carbonífero que lo orlan por el norte (de color gris). Es decir, se encuentra en un ecotono, en el lugar de encuentro de dos ecosistemas diferentes (en el decir popular, la "saliega" granítica y la "Pizarra"), lo que permite el aprovechamiento de ambos.
También debe destacarse la existencia algo más de un kilómetro al norte de tierras del Terciario ("raña", de color amarillo), al norte del arroyo Navaluenga, con una alta capacidad cerealística.
Esta zona de contacto es también rica en minas, como también se refleja en este mapa. Además, apenas dos centenares de metros al oeste del grupo de tres discurre el camino de los Molinos de la Rivera, es decir, el antinguo camino del Armillat, la principal vía de comunicación entre Córdoba y Toledo durante el periodo califal.
Unos trescientos metros al norte del cortijo, y doscientos metros al este del camino del Armillat, sobre una pequeña meseta se aprecian restos de hábitat, en concreto fragmentos de cerámicas y tégulas caracterizados por sus gruesos desgrasantes, y restos de cimentaciones.
Descripción.
Cercano al ecotono (o "raya de la Pizarra") abundan poderosos roquedos graníticos, por lo que sobra "materia prima" para tallar las sepulturas.
Las nº I, II y III se encuentran en un roquedo próximo a un pequeño arroyo, afluente del Navaluenga que, a su vez, es tributario del río Guadalmez por su margen izquierda. Las dos primeras se asemejan a un sarcófago, sobre todo la nº II, mientras que la tercera apenas resalta de la lastra en la que se talló.
La nº I está muy deteriorada, habiendo perdido buena parte de su cabecera.
Mejor conservada está la nº II, que muestra una planta antropoforma, es decir, con las zonas del cuerpo y cabeza bien diferenciadas. Para marcar la cabecera y pies emplea el mismo método que en las de la necrópolis de la Haza de las Ánimas, dejando sin tallar cubos en las cuatro esquinas.
La nº III está prácticamente soterrada, por lo que es difícil de establecer su forma en tanto no se limpiase de tierra, aunque no parecen percibirse los cubos sin tallar en las esquinas que definen las tumbas antropomorfas de la comarca. (Como ya nos ha ocurrido en otras ocasiones, las sombras de las vecinas inmeditas no favorece la claridad de las fotografías.)
A unos cuatrocientos metros al SE se encuentra la nº IV, y si bien las tres anteriores están en el pequeño valle del arroyo, ésta se halla sobre una meseta elevada con una gran visibilidad al norte y al oeste.
Su fisonomía es bastante peculiar, pues en las esquinas no se dejan unos cubos sin tallar para resaltar la figura humana, como los que se ven en la nº II, sino que la forma de labrar configura como unos espacios en forma de media luna en los extremos del eje longitudinal. En absoluto su planta se puede relacionar con la forma humana, sino que parece definir un pequeño espacio diferenciado dentro de la misma sepultura. No conocemos ninguna otra (al menos por ahora) en el NE de Córdoba con estas características. El lugar elegido tiene, como decimos, una vista dominante, pero el roquedo elegido para tallar la roca es de pequeña altura, sin la impresión de sarcófago incrustado en el terreno que tiene la nº II.
También es muy peculiar la nº V. Se encuentra aguas arriba del mismo arroyo junto al que se encuentran las tres primeras. Está también casi enterrada, pero se vislumbra una planta trapezoidal o rectangular, es decir, que no se presenta forma antropomorfa. Lo que destaca es que está a los pies de un gran roquedo de metro y medio de altura, una gran masa de granito que podría albergar docenas de sepulturas que podrían destacar, como en la Haza de las Ánimas.
Sin embargo, decidieron hacerla en el suelo, donde pasa casi desapercibida. En las circunstancias actuales es difícil de ver incluso en el propio terreno, por lo que marco su situación en las fotografías. La impresión que da es que está relacionada de algún modo con el gran peñón en que se encuentra. Una relación de respeto y de subordinación. Es solo una impresión personal, pues considero que no se deja al azar algo tan importante como el lugar donde una persona va a pasar el resto de la eternidad, y más cuando exige un considerable desembolso de recursos.
¿Por qué, para qué, para quién, cuándo...?
La copiosa bibliografía que han generado las tumbas excavadas en la roca se ha centrado, casi exclusivamente, en ellas mismas, sin prestar atención al contexto histórico en que se desarrollaron. El estudio se basaba solo en el aspecto tipocronológico, es decir, la época en que se elaboraron a partir de sus formas, pero entiendo que el oficio de historiador no puede limitarse a labores meramente descriptivas, sino que es necesaria una interpretación sobre su existencia que pueda integrarse en los procesos históricos. Afortunadamente, hay excepciones, autores que han superado estos esquemas meramente formalistas y cuyos análisis permiten avanzar en el conocimiento de este tipo de manifestaciones arqueológicas tan abundantes en el territorio peninsular. Entre estos autores debo destacar a Jorge López Quiroga e Iñaki Martín Viso.
Cuando comenzamos a estudiar este tipo de sepulturas en el norte de Córdoba teníamos claro que había que integrarlas dentro del paisaje social y del contexto de la época en que se hicieron, de ahí la importancia de la cronología, cuestión en la que Jorge López Quiroga ha indagado en profundidad.
Por su parte, el profesor Iñaki Martín Viso (2012, 168-ss) plantea un modelo de estudio basado en "entender las tumbas como parte de un sistema territorial más complejo y dentro de un código cultural, repleto de referencias para los habitantes". El territorio en que vivían las comunidades rurales altomedievales "estaba lleno de referencias a antiguos propietarios o pequeñas historias locales, denominado a partir de microtopónimos que se refieren a esa memoria, que lo dotaban de un contenido simbólico, cultural... Una hipótesis factible es que las tumbas excavadas en roca se encontrasen en el centro de esa memoria social campesina basada en la construcción de un paisaje, es decir, de un espacio percibido y cargado de significado cultural por parte de los autores sociales. Por lo tanto, los espacios funerarios funcionaban como instrumentos que generaban y administraban la memoria de los antepasados, una memoria que servía para crear una identidad familiar o comunitaria--- [Los espacios funerarios] se sitúan en un territorio, en un emplazamiento deliberadamente elegido, y se asocian a las familias que entierran a sus difuntos y que les recuerdan". En este tipo de análisis es necesario el "estudio de las relaciones de los sitios con tumbas excavadas en roca con otras realidades del territorio, con el objetivo de comprender mejor cómo se articulan los espacios funerarios dentro de la estructuración de un paisaje", como son los asentamientos, núcleos de poder, centros de culto, vías de comunicación, potencialidad de explotación económica...
También se puede realizar el estudio desde términos de poder. Para algunos autores este análisis ha de realizarse en función de la riqueza de los ajuares funerarios, pero, además de ignorar si hubo siquiera ajuares en su interior, creo que es este caso el propio continente denota poder, pues su confección en la dura roca granítica sin herramientas de acero suponía una gran inversión de recursos, al necesitarse al menos de tres a seis meses para labrar una de ellas. Un tiempo y unos medios muy superiores al tipo de tumbas más frecuentes en la comarca de ese periodo, fosas excavadas en el terreno revestidas lateralmente por lajas y cubiertas por lastras de granito. Por ejemplo, en sus excavaciones de 1921-1935 Ángel Riesgo contabilizó 23 tumbas excavadas en la roca (todas abiertas cuando él las vio), mientras que excavó tres centenares de sepulturas de fosa tipo cista.
El primer aspecto a tratar es el cuándo. En numerosos artículos se da por supuesto su carácter medieval, presumiendo (como antes el valor en el servicio militar) una cronología de los siglos IX-XI. Se llega a denominarlas como "mozárabes", al dar por supuesto que fueron creadas por cristianos durante el tiempo de al-Andalus, mas en el yacimiento de Marroquíes Bajos (Jaén) se descubrieron tumbas excavadas en la roca con los inhumados según el rito islámico durante el tiempo del Emirato.
Entre finales de la década de los sesenta e inicios de los setenta del pasado siglo, el profesor Alberto del Castillo Yurrita realizó diversos trabajos de investigación en sepulturas excavadas en roca en Aragón, Castilla-León y Cataluña. Denominó "olerdolanas" a las sepulturas antropomorfas. Su trabajo se basó en las distintas formas que tenían las sepulturas, que, según Alberto del Castillo, surgieron en momentos distintos: las antropomorfas (u "olerdolanas") en los siglos IX-X, pero las que tenían otro tipo de planta (rectangulares, ovales...) serían de siglos anteriores. En concreto, escribió (del Castillo, 1970, 838): "Esta forma de tumbas ["olerdolanas" o antropomorfas] parece privativa hispánica y hay que situarla en relación con la Reconquista y la Repoblación. Conocemos tumbas excavadas en la roca de época tardorromana y visigótica. Pero son de forma rectangular o bañera, no antropomorfas". Ponía como ejemplo la tumba en forma de bañera junto a la iglesia de Sans Vicens de Obiols, en cuyo interior había una moneda de oro de Egica (697-702), que relacionaba con el ritual pagano del pago al barquero Caronte. Pero no son pocos, como decía, los que han tomado la parte por el todo, y adjudicando una cronología de los siglos IX en adelante a todas las sepulturas.
Las propuestas de orden tipocronológico se han ido abandonando, como opina Iñaki Martín Viso, ante "ante la convivencia de formas diferentes en el mismo yacimiento, la ausencia de datos estratigráficos que soporten dicha afirmación y la preponderancia de las tumbas antropomórficas". Por el contrario, Jorge López Quiroga cree que es válido el postulado básico de Alberto del Castillo: tras analizar minuciosamente la cronología de numerosos yacimientos con este tipo de sepulturas, rechaza la relación que estableció del Castillo con la Repoblación de la reconquista; considera que las de planta no antropomorfa aparecen en el siglo VII, mientras que las antropomorfas lo hacen a partir del VIII, estando ligada su forma al cristianismo y la creencia en la resurrección íntegra del cuerpo.
Podemos quedarnos con una idea básica: las sepulturas excavadas en la roca aparecen en la Península Ibérica en tiempos de la Hispania visigoda, al menos en el siglo VII, como ya adelantó en 1998 González Cordero en su estudio de las tumbas excavadas en roca de la provincia de Cáceres.
En cuando al por qué y para qué, empeñados los humanos en buscar un buen acomodo para la otra vida, o esperar la resurrección, desde tiempos del Antiguo Egipto los sarcófagos se convirtieron en unos prácticos vehículos para tal fin. Fenicios, etruscos o romanos también los emplearon.
En los tiempos del Bajo Imperio las élites emplearon unos magníficos sarcófagos. En Hispania no solo se importaban desde Italia, sino que se desarrollaron en la península talleres para satisfacer esta demanda de gentes que querían mostrar su estatus mediante ellos.
Pero a partir del siglo V se producen enormes transformaciones, dando fin a las estructuras de poder centralizado que, al menos en teoría, habían marcado el periodo imperial: las invasiones de los pueblos bárbaros (digo bárbaros y no germanos porque uno de estos pueblos, el alano, no tenía orígenes germánicos) y el fin del Imperio Romano de Occidente en el año 476. Tras su derrota ante los francos en la batalla de Vouillé (año 507) los visigodos entraron masivamente en la península, aunque tardaron tiempo en consolidar su dominio, hasta que el rey Recaredo entabla una alianza con el mayor poder local, la Iglesia, en el III Concilio de Toledo (589).
En los amplios territorios que quedaron fuera del control directo de los suevos o visigodos, o en los lugares donde no se restableció el poder romano tras las invasiones de comienzos del siglo V, las élites locales asumieron el poder, con el objetivo de organizar los recursos, mantener el principio de autoridad, dando visibilidad al mismo, y sometiendo a la población al mismo. Un buen ejemplo lo constituye la ciudad de Córdoba.
Tras el breve periodo de presencia de los vándalos en la Bética, Córdoba se mantuvo prácticamente independiente desde mediados del siglo V. Se enfrentaron al rey visigodo Agila (año 550), al que derrotaron, matando a su hijo y apoderándose de parte de su tesoro. También resistieron los embates de su sucesor, Atanagildo (556-557). Fue finalmente el rey Leovigildo quien se apoderó de la ciudad a sangre y fuego en el 572, acabando con la autonomía de los cordobeses.
Parece ser que las primeras sepulturas talladas en la roca aparecieron en ciudades del norte de Argelia entre los siglos V-III a.C., posiblemente por influencia de los sarcófagos antropomorfos fenicios, muy de moda entonces. La costumbre se mantuvo en el lugar durante el periodo romano hasta que en los siglos VI-VII d.C. saltan a la Toscana italiana, algunos lugares de Francia y la Península Ibérica.
Creo que su aparición en Hispania se explica por la conjunción de varios factores. Por un lado la desaparición de los fastuosos sarcófagos tardorromanos, pero manteniendo las élites la necesidad de mostrar una forma de enterrarse de un rango superior al del común de las gentes, pues, como considera el profesor Iñaki Martín Viso, "los rituales de enterramiento deben vincularse con procesos de formación y desarrollo de una memoria social relacionada con la construcción de identidades de diverso cuño". En este tipo, que se observa en el grupo de Carboneras Altas, de un número reducido de sepulturas aisladas, "puede hablarse con bastante certeza de la presencia de innumaciones aisladas y diferencias, que deben probablemente asociarse con enterramientos de carácter familiar que se perpetúan en el tiempo, dada la conocida tendencia a la reutilización de estas tumbas... Son lugares que configuran una memoria asociada a las familias, con criterios de elección condicionados por sus propias necesidades" (Martín Viso, 2012, 168 y 171).
Cuando las tumbas labradas en la roca se extienden por la península, a mediados del siglo VII, el poder ya no se manifestaba porque los mayores propietarios participaran de las tareas estatales, sino que el poder era la posesión de la tierra. (Por esta razón los grandes propietarios prefirieron pactar uno a uno, defendiendo sus intereses personales, con los invasores islámicos, antes que presentan un frente común contra ellos.) Son tiempos de competencias y conflictos entre los diferentes poderes, y las necrópolis se constituyen en escenarios simbólicos de esta rivalidad social, con una activa función competitiva en el mundo de los vivos. Algo que se representaría en una persona o familia con la capacidad suficiente para mantener a varios artesanos durante meses para tallar una costosa tumba en el duro granito.
Se ha propuesto que este tipo de sepulturas en roca, aisladas, dominarían visualmente los lugares más productivos, reafirmando el control de las mejores áreas de producción. En el caso de Carboneras Altas se podría considerar para la nº IV, pero en absoluto la nº V, estando en el valle de un pequeño arroyo y eclipsada por la gran masa del peñón junto al que se sitúa; en realidad, los espacios productivos en ese lugar no son demasiado dispares.
En el caso de la nº V me planteo si el lugar elegido pudiera estar relacionado con cultos paganos, pues el canon II del XVI Concilio de Toledo (año 693), al tratar de los "adoradores de ídolos" (idolorum cultoribus) citaba expresamente a los "veneradores de las piedras" (veneratores lapidum). A finales del siglo VII el cristianismo aún no había conseguido implantarse por completo en todo el territorio del Reino de Toledo, debido en gran parte, como se afirmaba en el tomus de dicho Concilio, por el escaso interés y cualificación del clero. Es solo una conjetura.